Vilma Vega
Entristece que, una vez más, nuestra Fiesta Nacional de la Vendimia se vea empañada por un conflicto. Pero lo más deplorable es que este conflicto sea trivializado y subestimado en su real profundidad, cuando involucra tantas cosas esenciales para la convivencia democrática.
En los últimos días hemos escuchado, leído y visto que muchos repetían asombrados, que era insólito que se llevara a la Justicia este problema cuando existen otros verdaderamente importantes –como si la cultura, los auténticos derechos de la mujer y los valores democráticos no lo fueran-; olvidando también que la necesidad de la Justicia surge cuando el diálogo conciliador fracasa o es negado por alguna de las partes.
Debo confesar que como mujer, mendocina, persona de la cultura y conocedora de la Fiesta de la Vendimia, me sentí movilizada desde los comienzos de este conflicto, cuando el intendente de Guaymallén al anunciar la aprobación de la Ordenanza hoy suspendida por la Justicia, dijo que “en democracia no caben las monarquías”, pero olvidó mencionar que tampoco caben las dictaduras, y que la corona vendimial no implica ninguna monarquía sino un símbolo de respeto y reconocimiento a la mujer mendocina de todos los tiempos; como olvidó que la palabra “reina”, en su rica polisemia de 14 acepciones, se aplica también a “la persona femenina, animal o cosa que se destaca sobre sus iguales”.
Como tampoco podía ignorar que ningún individuo, funcionario o no, puede por sí solo prohibir o modificar a su antojo una fiesta popular, la más grande de nuestro país, reconocida por su importancia en el mundo entero y protegida como Patrimonio Cultural Inmaterial por leyes provinciales y nacionales en la que la figura de la reina es protagónica.
Entendamos de una buena vez que éste no es un asunto menor y que en el limpio juego de la democracia verdadera las leyes son el puntal de nuestros derechos y obligaciones, y que no podemos ignorar que la cultura, las costumbres y tradiciones pertenecen a las comunidades que las sustentan, no a sus gobernantes.
Es verdad que, inevitablemente, en estas controversias siempre aparecen el oportunismo político que busca acarrear harina para su costal, amparado por cierta especie de periodismo destinado a desinformar para cavar grietas. Pero asumamos que urge EDUCAR EN VENDIMIA, para que todos la conozcan en su enorme valor antropológico y significativo que invalida toda excusa ideológica cercenadora.
Porque también es dable recalcar que, cuando la TV Pública anunció que en la transmisión de nuestra fiesta no enfocaría a las reinas por una cuestión de políticas de género, estaba cometiendo un grave acto de censura y discriminación contra la mujer y sin embargo, los colectivos y agrupaciones feministas se mantuvieron en silencio; como también callaron mientras Sofía y Julieta, dos mujeres jóvenes, eran ostensiblemente maltratadas.
La primera por desconocer que la Justicia no la obligaba a ella, y tampoco al municipio, porque ofrecía la opción de que fuera el Ministerio de Cultura y Turismo de la Provincia el que eligiera una representante… salvo que existiera alguien que la estuviera presionando para desprestigiar y boicotear a la fiesta, como sucedió en el Acto de Bendición de los Frutos. Y la segunda por atreverse a defender sus derechos (cosa que siempre ha molestado al poder político de turno).
Pero, seguramente en la memoria social –la única memoria insobornable que nos está quedando- JULIETA LONIGRO prevalecerá como LA REINA que, contra cualquier consecuencia, se negó a cambiar principios por prejuicios falsos, y con coraje y determinación luchó por sus convicciones de mujer libre, devolviéndole a Guaymallén su derecho de sumar una reina a la Fiesta Nacional de la Vendimia 2022. (Un derecho que, una vez más y lamentablemente, resultó malogrado por las malas decisiones políticas).
Vilma Vega / Marzo 2022











