A ningún funcionario se le ocurriría proponer suspender el barrido, recolección de residuos, alumbrado público y otras actividades supuestamente obligatorias de los Municipios. Para ello se dispone de la recaudación a través de las tasas municipales y se ordena el gasto a partir de las recaudaciones obtenidas. Si bien, esto es el origen de la institucionalidad municipal, el tiempo ha ido incorporando otras responsabilidades a los Municipios: educación, salud primaria, deportes, escuelas de verano, actividades artísticas, turismo, marketing ciudadano, bici sendas, arbolado público, capacitación ciudadana, desarrollo económico, plan de desarrollo urbanístico, etc.
A medida que se ha ido complejizando la actividad municipal, ha comenzado también una mayor exigencia de capacitación, formación y profesionalización a los Intendentes y a sus equipos para una gestión de calidad en sus territorios. Y esas falencias en los equipos están a la vista por todos lados.
Una de las más importantes tareas de los conductores territoriales, y los Intendentes se suponen que lo son, es garantizar la gobernabilidad y la cohesión social de los hombres y mujeres de los territorios que conducen. Y en esta tarea la Cultura como vector integrador del territorio es clave.
La cultura de una comunidad se la da su forma de relacionarse con la naturaleza y con los otros hombres, consigo mismo, con sus tradiciones y costumbres que siempre se van enriqueciendo con el correr del tiempo y su relación con lo trascendente. En función de ello organiza su trabajo, su familia, sus creencias, sus valores y sus sueños. Trabajar intensamente en estos campos genera una integración de identidades y se fortalece la cohesión social y el capital social de una comunidad. Las comunidades que lo logran, garantizan un buen vivir para todos, con identidad y capacidades resilientes. Las comunidades que no lo logran, viven sumidas en crisis permanentes, buscando chivos emisarios y condenando a sus jóvenes al flagelo de la droga y la cárcel temprana.
Fiestas
Las fiestas populares son el espacio no cotidiano donde se expresan estas tendencias culturales. Desde los tiempos más remotos, las comunidades se han reunido para saldar sus años de trabajo y de cosecha; homenajear a sus miembros destacados; bailar hasta el agotamiento, festejar un triunfo, una unión matrimonial o convocar a la lluvia. También han sido el espacio para la representación de los conflictos sociales sin que medie la represión: el carnaval, el junkanoo, el nguillatún. Otras han servido para consolidar la religiosidad o para fortalecer la actividad productiva, como la Fiesta de la Vendimia.
Todo ese origen y sentido popular se ha ido tergiversando de la mano de operadores políticos disfrazados de gestores culturales que han pululado por los espacios gubernamentales. Lo popular, lo festivo, el protagonismo ciudadano, se ha convirtiendo a manos de estos impostores, en negocios altamente rentables para los productores, artistas asociados y funcionarios amigos. Ha imperado en muchas de estas fiestas y festivales, otrora expresión de identidades, el espíritu mercantilista y la búsqueda de ganancias desmedidas, sin control y sin seguimiento por parte de la ciudadanía y sus instituciones.
Solo basta observar lo que ha ido pasando: los Festivales en manos de los municipios se han convertido en faraónicos proyectos, montados en la competencia de nombres de artistas consagrados, sin ningún tipo de anclaje en la cultura e identidad de los habitantes de ese territorio. Han convertido al ciudadano en consumidor de la cultura y la música hegemónica, en un simple espectador de lo que hacen otros que vienen de afuera a “traer” la cultura. No hay protagonismo ciudadano, ni en la organización, ni en los contenidos, ni en los beneficios.
Hay otra forma de gestionar
La gestión cultural enfocada en la participación ciudadana, plantea otra dinámica para cambiar estas fiestas y festivales, que se trasforman en un cáncer para las arcas municipales y para el crecimiento cultural de las comunidades. Hay que implementar una manera diferente de gestionar la cultura de cada territorio. Primero hay que conocerla, rastrear sus antecedentes, reconocer a sus protagonistas, operar con las organizaciones sociales y culturales del territorio y decidir, a través del diálogo, cuales son las prioridades a resolver.
La comunidad debe ser protagonista de las decisiones, partícipe de la organización de cada actividad. Y el estado nacional, provincial y municipal a través de gestores culturales profesionales, articular esta manera de gestionar en forma democrática.
Cuando los vecinos, la comunidad y sus organizaciones representativas se integran a la planificación y presupuestación de una actividad todo se transparenta y se comparte. Aparecen los apoyos empresarios y de otros fondos de financiamiento, se convoca desde otro lado, de lo propio, del orgullo de pertenecer a una comunidad que se realiza con el esfuerzo propio, con los recursos de los que dispone, con sus artistas e intelectuales locales.
Esa manera de gestionar, con la gente, evita el despilfarro, el negociado secreto, el abuso de poder y potencia la cultura y la cohesión social de la ciudadanía.
Claro que es más fácil suspender por falta de plata un Festival.
Pero eso habla de una incapacidad de gestionar con la ciudadanía.
Leon Repetur es Gestor Cultural Director de la Fundación Coppla. Enólogo. Docente de Mendoza.
Laura Portillo | REDACCION RADIO VENDIMIA